miércoles, 25 de junio de 2008

Acerca de gustos

Acerca de gustos

Siempre he preferido una buena paja a una mujer inmóvil
Nunca mentiré si digo que la mujer es lo mejor del mundo
Jamás podré decir que he pensado en dejar de ser infiel
Pero la puta culpa me corrompe,
no hay nadie que no merezca ser desilusionado por mi en la cama

La poesía es la mierda que todos quieren hacer porque detestan el horror de la realidad
La música jamás podrá ser algo distinto a la mayor expresión del alma
La televisión es como soñar mientras duermes
No necesitas entender lo que pasa para que lo disfrutes
Un libro no es nada mejor que la peor mierda de alguien que ha vivido mejor que tu
O que por lo menos ha hecho peores cosas en su vida para seguir allí

Llorar nunca será tan difícil como cuando tu madre muera y sepas que no vale la pena
Llorar porque regrese o porque te puedas ir con ella

Cada vez que sienta el amor detrás habrá una perra delante que me hará olvidarlo
El ego es el mejor motor para la desgracia
Siempre que crea que algo este bien hecho es porque he olvidado hacer el resto
Nunca duraré tanto en algo como cuando pensé en meterme de lleno en ello

La muerte no es la única opción, es la mejor
Pero duele mucho llevarla a cabo

Nunca podré desconfiar tanto de alguien como para evitar amarlo

Escribir es tan fácil que el único problema que hay es tener un buen motivo para hacerlo
Por eso los mejores siempre han sido unos bastardos

El problema del mundo es querer entenderse
Nunca me preocupo por nadie, a menos que sea quien paga la cuenta de las cervezas

Jamás trataré de ser como Bukowski
Él fue cartero, yo apenas soy un profesor de inglés de medio tiempo

Jhon Smith 4

Es delgada, alta y con una sonrisa que te perturba todas las entrañas, si te quedas mirándola, sonreirá y te mostrará todos sus dientes, completos, blancos e inmaculados como creados para vencerte en cualquier terreno.
Acércate John, sabes que lo peor que podría pasar es que te ignore o te reconozca.
- es una mierda ver una mujer tan buena y con un perdedor como el que tienes a tu lado tratando de menearla contigo.
-¿acaso tu sabrías menearla mejor?
-tal vez no, pero entonces preferiría invitarte una cerveza incluso hasta un dry martini adularme mientras te aburres y al final mientras levantas los ojos buscando un escape en el techo, te sujetaría fuertemente de la quijada, giraría tu rostro y no importando ni mierda más, te besaría hasta sentir tu mano fría en mi rostro recordarme que aún no eres de nadie y que nunca lo podrás ser.
-ingenioso, pero ese cuento ya me lo echaron, lo leí antes de venir acá.
-entonces ¿que dices si te lo escribo en una servilleta, te lo firmo y dices que te has comido a John Smith
-prefiero ser yo quien te haga pistola y tengas que llegar a casa con la verga empalmada a darle vueltas en el baño para que luego escribas sobre mi y pueda decir que fue la Furia la que no te dejó hacerlo en el piso de un sucio bar.

Y aún sigues aquí pegado, sin tener nada que escribir mientras ella se revuelca con el que tu más odias desde aquel momento.

martes, 24 de junio de 2008

EL TAXISTA

Bueno, como lo prometido es deuda y aunque un poco tarde, aquí está el cuento completo.
La corrección aún se encuenta en proceso...

Un agradecimiento muy especial a Javier Mateus por la ilustración.




El taxista
Frank Jiménez Guerrero


—Pues dejémoslo en cinco Polas por esa vuelta —Dijo él señalando el rostro en los billetes.
—¿Cincuenta? Tiene huevo —Argumentó el tipo mientras le daba la espalda al hombre de uniforme.
—Bueno, entonces me regala el pase, su cédula, el soat y unos daticos que le voy a regalar una cartica. Contestó Ramírez mientras se le iba desvaneciendo una sonrisa en su rostro, sabía que con eso se cuadraba justo para salir en la noche con Janeth; una mujer atormentada que no sabía cómo deshacerse de su marido, un perdedor que le daba duro en la jeta cada que llegaba borracho y oliendo a perfume de puta. Janeth pensaba que si él lo hacía ella también podía, era difícil, nunca había sido infiel, su único novio había sido su marido, pero lo único que le había dejado su eterna relación eran dos hijos, una casa que se sostenía por milagro, deudas en cada tienda del barrio y unas cuantas contusiones. Pero Ramiro la había impactado, galante, en su uniforme verde, como sus ojos que contrastaban con su tono de piel morena, por tanto sol recibido gracias al trabajo de oficina allí en el semáforo, de 7 a 9 y de 4 a 7, justo en horas pico.
—Este si es mucho hijueputa… —musitó Alirio entre dientes luego de revisar su bolsillo y ver que efectivamente eran los cincuenta mil pesos lo único que llevaba consigo. Había quedado de salir con su Catherine, la amiguita que hacía un par de semanas lo traía loco desde que empezó a vender tinto en la primero de mayo ahí frente a las tabernas. El dinero que tenía era lo que le acompañaba después de haberse quedado toda la noche tomando con Andrea, otra amiguita, quien al parecer se encontraba bastante necesitada de plata. La recogió en la noche, se la llevó al Restrepo, bailaron y tomaron aguardiente hasta que Alirio se dio cuenta que la tenía listica para la residencia, pagó el trago, cogió el taxi y la llevó a un par de cuadras del bar donde estaban, ya lo tenía todo perfectamente planeado; bueno, la verdad es que siempre hacía lo mismo y tenía los lugares plenamente marcados en su ruta.
Cuando despertó esa mañana, se dio cuenta que se había gastado doscientos mil pesos, la malparida pensó que andaba con un traqueto y de una vez empezó a pedir sauna y jacuzzi además de aguardiente, según ella porque así se le quitaba tanta pena con don Alirio, que iba a pensar que ella era una mujer fácil y ella no era así, sólo que él le gustaba mucho.

—Le doy veinte y eso que me deja sin nada para llevar a la casa…
—Considéreme, vea que estamos a final de quincena y ya no hay con qué darle ni para las onces a los chinos—interrumpió Ramírez haciendo mofa del discurso que ya se sabía de memoria—vea hermanito, a mi sus problemas no me importan, este es mi trabajo y hoy estoy de buena gente, no le estoy pidiendo es nada así que mas bien páseme la plata o los papeles, se la dejo así, fácil y sin problemas.
Alirio no podía darle toda la plata al oficial de tránsito que lo había detenido por no llevar el cinturón puesto, cosa que nunca hacen en horas pico porque están es buscando gente para joder por pico y placa o los buses que van repletos de gente para el trabajo.
Quedarse sin plata ni pasarle los papeles, eso no se podía, no sólo porque los papeles los había botado esa mañana en la residencia, ni porque se quedara sin un peso para invitar a salir a Catherine, sino porque además tenía que entregar el carro con el tanque lleno a Gilberto, el otro conductor del taxi, quien trabajaba el próximo turno. Ya lo habían hecho antes, Gilberto le prestaba para llenar el tanque y no había problemas, pero esta vez era distinto, Alirio le debía las últimas dos tanqueadas y sabía que si se aparecía con el tanque vacío, su compañero iba a hablar muy seriamente con don Fernando para que mejor le diera la oportunidad a otro que de verdad fuera responsable con el carro.
Fue entonces cuando Alirio se acordó de Martica, la de la panadería, vieja gorda y mofletuda, pero siempre un desvare. Sabía que con prometerle una buena sacudida le iba a prestar los cincuenta.
—Vea señor agente, a mi no me gustan sino las cartas de mi esposa y yo lo veo como con sed, entonces tome —dijo Alirio mientras sacaba la plata del bolsillo y la entregaba dobladita dobladita para que nadie más se diera cuenta— para que vaya y se tome una gaseosita.
—Así esta mejor ¿si ve cómo hablando se solucionan las cosas? Que tenga buen día y por favor, abróchese el cinturón, vea que eso le puede salvar la vida.
Alirio se metió como pudo dentro del carro, los resortes de la silla vieja crujieron mientras él trataba de acomodar toda su ostentosa humanidad dentro del vehículo. Sacó el cinturón de su lado izquierdo, lo estiró hasta que se le acabó la correa y se dio cuenta que no le alcanzaba a cerrar, su panza prominente fruto de la “buena vida” se lo impedía. Puso en marcha el vehículo y salió pensando cómo recuperar la plata sin tener que pasar por el cuerpo seboso de Marta.

Anduvo así por cerca de una hora. Mientras pensaba cómo recuperar el dinero cruzó tres semáforos en rojo, cerró a cinco carros más, dos motos y estuvo a punto de subirse a un andén que había olvidado por estar pendiente de dos mujeres que esperaban el bus en un paradero.
No encontró otra salida y antes de ir a entregar el taxi paró en la panadería con la excusa de comprar lo del desayuno, recordó que aún le quedaban cinco mil pesos de la última carrera que había hecho antes de que lo parara el policía.
Bajó del taxi y recorrió los estantes con la mirada, como sí allí pudiera encontrar lo que estaba buscando.
—Don Alirio ¿y ese milagrazo? Yo pensé que ya se había olvidado de los pobres.
—No doña Martica, ¿cómo se le ocurre que me voy a olvidar de ese par de luceros que tiene de ojitos?, lo que pasa es que ahora estoy trabajando el carro por las noches y usted entenderá que uno llega muy cansado de tanto trajín y lo único que quiere es encontrar una cama y echarse a dormir.
—Me imagino… y bueno, ¿como para qué soy buena?
—Sumercé linda para muchas cosas —dijo Alirio mientras metía el dedo en uno de los roscones que se exhibían sobre el mostrador.
—Ay! Véalo tan coqueto
—Martica, regáleme mil de pan, cinco huevos y una bolsita de leche.
—Le cuento que el pan está a doscientos… la harina subió y pues no me tocó más que subirle también al pan, porque ya no se pueden hacer más pequeños.
—Uy, no me diga eso que ahí si me espanta.
—Ah pero ¿sabe qué Alirio? Por ser usted, hoy se lo dejo a cien, para que siga viniendo por acá que usted sabe que se le atiende bien.
—Así me gusta doña Marta. ¿Y qué mas, cómo me la trata la vida?
—Pues ahí vamos, sobreviviendo. —Contestó Marta mientras iba empacando los panes en una bolsa de plástico. Su escote profundo, dejaba ver un par de senos viejos y gastados por los años, las arrugas que se marcaban en el medio de ellos, revelaban sus largos años de andanzas, dos matrimonios, tres hijos y toda una vida de esfuerzo por mantenerse allí, viva.
—¿Y cuando nos vamos a tomar alguito?
—Pues no más es que usted diga y salimos un ratico, claro que ultimamente ando sin un peso y encima me tocó pasarle lo de la tanqueada del carro a un hijueputa tombo para que no me pusiera un parte.
—Ay tan bobo Alirio, si usted sabe que eso no es problema.
—¿Cómo que no Martica? Si usted sabe que cualquier salidita es un montón de plata, porque eso sí, a mi me gusta ir a buenos sitios. —respondió Alirio conociendo muy bien de antemano la respuesta de doña Marta.
—Ah pero eso no es problema, yo lo invito.
—No señora, a mi me da mucha pena con usted, que tal, dirá que soy un aprovechado y eso a mi no me gusta.
—Bueno, entonces yo le presto y salimos esta noche, pero que sea esta noche.
— ¿Uy... esta noche? Eso está como jodido porque me toca trabajar duro para levantar los cincuenta de la tanqueada.
—Ay y déle con el cuento de la plata, vea ahí está, págueme el pan y yo le presto los cincuenta mil pesos esos que le hacen falta.
—No no no, ahí si es que me da mucha más pena.
—Ay, déjese de pendejadas Alirio, yo se los doy y usted me los paga cuando pueda. —Mientras decía esto, doña Marta buscaba entre sus pechos el monedero de cuero descolorido y manchado que guardaba celosamente con los billetes, extendió tres de ellos y los metió en el bolsillo de la camisa de Alirio, quien fingiendo no querer el dinero, se echó lentamente hacia atrás, dejando ver que no quería el dinero pero moviéndose lo suficientemente lento para que los billetes apestando a perfume barato y harina de trigo entraran en el bolsillo.
—Ay no Martica, usted cómo es conmigo, estas penas que me hace pasar, en serio que si no fuera porque de verdad necesito la plata no se la aceptaba, pero ya ve que la necesidad tiene cara de perro.
—No se preocupe Alirio, mas bien dígame, ¿a qué hora nos vemos?
—Ay Martica, pues ahí si usted dirá a qué hora quiere que la recoja.
—No no no, pero aquí en la panadería no, mejor nos vemos ahí cerquita del centro comercial, ¿a las ocho está bien?
—¿En la puerta de siempre entonces?—dijo Alirio mientras afirmaba con la cabeza.
—Si señor, ay como tiene presente lo que me gusta. Esos son los detalles que enamoran.
—Pero es que con usted siempre me pasan unas cosas que mejor dicho, se me quedan ahí grabadas para siempre.
—Ah pero es por lo bueno ¿no? Bueno, yo lo dejo porque ya llegó más gente y tengo que seguir atendiendo, no me vaya a quedar mal.
—Ni de riesgos Martica. Nos vemos esta noche entonces.
Mientras decía esto, Alirio sonreía y caminaba hacia su carro, sabiendo que ya había solucionado un problema, sólo le quedaba solucionar otro, ¿cómo decirle a la Catherine que después de tanta insistencia, no podría salir con ella? Además de ser un desplante tremendo para la vendedora de tintos, estaría perdiendo una oportunidad con ella, aunque si era inteligente hasta podría salir con las dos esa misma noche, sólo era cuestión de elaborar un buen plan.
Alirio llegó a su casa contento, llevaba lo del desayuno, había conseguido lo de la gasolina y tenía plan para esa noche, no era justamente lo que había planeado para ese día, pero no habían mas opciones, hizo el desayuno y atendió a su mujer, luego se acostó a dormir y a medio día fue al colegio por los niños. Después de quejarse por el descuido de su mujer por no tener todo perfectamente limpio y arreglado se acostó a dormir pensando en que al levantarse quería encontrar todo perfectamente en su puesto, de lo contrario Janeth conocería nuevamente sus golpes.
El día parecía ir bien para Alirio y para Janeth, su esposa, quien a medio día recibía una llamada a su celular, Ramiro había decidido invitarla esa noche a la primero de mayo a bailar y luego mirarían que hacían, de pronto ir a comer.
Gilberto llegó a las nueve en punto como siempre a entregar el taxi, se quejó de nuevo porque Alirio había quedado de lavar el carro y no lo había hecho, la verdad es que Gilberto ya estaba cansado de la falta de responsabilidad de Alirio, pero no decía nada a su jefe, sabía que él prefería a Alirio y que siempre terminaba disculpándolo de alguna forma.
Alirio cogió las llaves del carro haciendo oídos sordos a las quejas de su compañero. Se despidió de sus hijos, su mujer y salió a verse primero con Catherine, tenía que inventar algo rápidamente para evitar que se disgustara por el desplante. No encontró nada mejor que decirle que había unos tipos que lo habían contratado toda la noche, pero que con la plata que se iba a hacer podría invitarla a un mejor sitio. Catherine no pudo más que reírse de la excusa tan poco creativa del sujeto, quien ni siquiera le agradaba, pero la ayudaría prestándole una plata que necesitaba para un aborto, tenía dos meses de embarazo y a sus 19 años y viviendo sola no podía costearse un embarazo, mucho menos si el papá del bebé se enteraba y dejaba de darle plata para que pagara el arriendo, él no quería hijos y se lo había dejado claro desde la primer vez que la tuvo en la cama.
Alirio se tomó un tinto, cargado y negro como la noche que le esperaba.

Encendió el motor del taxi y se dirigió al sitio donde había de verse con doña Marta. Al llegar la vio de pie junto a una columna, se dio cuenta de lo corto de su estatura, recorrió su disfraz de mujer bella, una falda en jean con manchas de desgaste y pequeñas piedritas plásticas que la hacían brillar con las luces de los carros que por allí pasaban, de la falda salía un body negro de tela casi transparente, marcaba su forma abultada y apretaba de forma casi asfixiante su pecho hasta hacerlo asomar entre el escote profundo.
Se asomó un poco y empezó a pitarle, ella reconoció de inmediato el carro y se fue corriendo hacia allí. Lo saludó y entró en el taxi mientras trataba de sentarse teniendo la falda para que no se subiera mucho.
—Que más Martica, ¿llevaba mucho esperándome?
—Pues mas o menos, ¿usted si es como incumplido no?
—Ay Martica es que me salió una carrerita allí cerquita y quería aprovechar para no andar sin plata, es que…
—Ay no Alirio, no vaya a comenzar que ya le dije que la plata es lo de menos. Más bien dígame para donde es que vamos.
—Pues si quiere vamos y nos tomamos unos aguardienticos y después miramos.
—¿Cómo así que después miramos? ¿Ay Alirio usted que me quiere hacer?
—Ja ja ja — se reía a carcajadas Alirio mientras iba conduciendo hacia el mismo sitio donde había estado la noche anterior. Era su favorito, no lo conocía nadie, era barato. Ponían boleros, su música favorita y quedaba cerca de las residencias donde acostumbraba terminar la noche.

Llegaron al sitio, un bar oscuro y cubierto en el techo por una nube constante de humo que no se disipaba a pesar de los grandes ventanales que lo rodeaban. La música salía estruendosamente por las gigantes torres del salón ubicadas estratégicamente alrededor de una pista de baile de baldosas que quedaba frente a una gigantesca pared de espejos donde las parejas se miraban mientras bailaban. Alirio y Marta bailaron toda la noche, bebían, conversaban y bailaban embelesados con el ritmo de canciones viejas que hablaban del amor y sus tragedias.
Algo extraño sucedió cuando de los potentes parlantes se escuchó un viejo bolero.
—Ayer yo visité, la cárcel de sing sing... uy Martica, venga bailamos ese disco que me fascina, a usted no le gusta?
—Claro Al… Ali… papacito, lo que usted quiera— respondió doña Marta mientras trataba de levantarse de su silla, el alcohol ya había hecho su efecto y la mujer tambaleaba entre los brazos de aquel hombre robusto que con gran pasión murmuraba la canción.
—Uy es que no más escuche este pedazo, es mi favorito: yo tuve que matar a un ser que quise amar / aunque aún estando muerta yo la quiero / al verla con su amante a los dos los maté / por culpa de esa infame moriré… ¿se imagina Martica?
—¿Qué?
—Pues encontrar a mi mujer con otro, ahí si es que la mato.
—Tan descarado Alirio, ¿que tal que su mujer lo viera en estas? ¿qué cree que haría ella con usted?
—Ah no, pero es que ella no tiene por qué enterarse, ella está dedicada a la casa y no hace más, por eso es que siempre la tengo bien ocupadita para que no salga y se entretenga por ahí con otros.
Al decir esto, Marta se vio reflejada en los espejos que desfiguraba su rostro y alcanzó a derramar un par de lágrimas. Había recordado a su difunto esposo quien le era infiel, mientras a ella lo único que le importaba, aún sabiendo que estaba siendo engañada, era que volviera todas las noches a la casa, se levantara temprano para hacer el pan y así tener una familia completa para sus hijos. Ahora no le importaba nada, ya no tenía que estar pendiente de sus hijos, ellos ya eran grandes y vivían con sus esposas, estaba sola en la panadería junto a un hornero que había contratado desde que su esposo había muerto para tener quién siguiera haciendo el pan y no perder el negocio.

Eran cerca de las tres de la mañana cuando las luces del local se encendieron anunciando su cierre. Alirio y Marta salieron tambaleándose del lugar, llegaron al taxi, subieron en él como pudieron, Alirio encendió el auto y comenzó a maniobrar mientras la mujer iba buscando los genitales del hombre que parecían esconderse debajo de su gran panza.
—Venga papacito yo si le enseño para qué sirve todo eso que mi Dios le dio.
—Martica, espere espere que estoy conduciendo, usted está muy tomada, mejor yo la llevo para la casa— Dijo Alirio tratando de evadir a la mujer que en vez de excitarlo le provocaba cada vez más asco.
—No papacito, usted me tiene que pagar todo lo que nos gastamos esta noche, así que camine ahí donde me llevó la vez pasada que tienen piscina y cuarto caliente.
—No Martica, en serio que no tengo plata para eso y ya me da pena que usted siga gastando.
—¿Ah pero es que este hijueputa si no entiende que lo que quiero es comérmelo?—profirió la mujer mientras agarraba fuertemente el muslo del conductor, como si con esto evitara que el hombre renunciara a sus intenciones.

Mientras esto ocurría y Alirio trataba de safarse de la mujer, Janeth salía de otro bar con Ramiro, tomaron un taxi. Apenas subieron, Janeth se sintió incómoda, recordó a su esposo y a sus hijos que había dejado cuidando con su hermana. Si don Alirio se enterara si quiera que ella había salido, le propinaría una golpiza tal que no podría volver a salir por lo menos en dos semanas; como la vez en que llegó borracho y al ver que ella no estaba en casa a las 10 de la mañana para tenerle listo el desayuno, la esperó sentado frente a la puerta en el sofá viejo que tienen para recibir visitas en la sala. Apenas la vio llegar no quiso escuchar excusas y le sentó un puñetazo en el rostro, Janeth había caído y ahí en el piso le gritaba a Alirio que lleno de alcohol y furia le había sentado dos fuertes patadas en el estómago, ella quedó tendida y después de un rato se levantó como pudo, se acercó a la cama donde el hombre aparentemente dormía, se acercó y muy suave le dijo al oído: “esta es la última vez que me jode la vida, malparido”. Alirio pareció no escucharla, mientras tanto ella regresó a la sala, organizó el desastre, fue a la cocina, hizo el almuerzo y siguió como pudo con su día. Esa había sido la última vez que ella iba a permitir que esto ocurriera, se defendería como fuera, no sólo se lo había dicho a su esposo en la cama, se lo había dicho a sí misma, lo había grabado en su mente para siempre.

Entraron a una residencia, pidieron una habitación con jacuzzi. Adentro se desvistieron, Janeth estaba maravillada con su hombre, por fin, luego de diez años podría sentir la verdadera pasión de un hombre.
Alirio estaba borracho, luego de diez minutos de intensa succión, había terminado en la boca de Marta, unos gritos en la habitación de al lado lo habían perturbado y excitado al punto de recordar a su mujer cuando apenas se habían conocido y él la amaba noches enteras mientras ella expresaba todos sus orgasmos con gritos desesperados de placer, la mujer asqueada y de rodillas había escupido todo. Alirio necesitaba algo que lo siguiera empujando a estar con la mujer, tomó el teléfono de la habitación, llamó a recepción y pidió más aguardiente.
Mientras tanto, Ramiro hacía enloquecer a la mujer que sabía estaba prestada por esa noche, no tendría más que una noche con ella y le brindó todo lo que tenía su cuerpo. Ella extasiada gemía y clavaba sus uñas en la espalda del hombre, cada vez más y más fuerte hasta hacerlo sangrar, no podía parar de hacerlo, mientras él empujaba fuertemente sus caderas, hasta donde su pelvis se lo permitía, tan profundamente que Janeth empezó a gemir cada vez más duro hasta que los gemidos se fueron convirtiendo en gritos, sentía que la estaban desgarrando por dentro, como si la quemaran mientras iban destrozando su interior; pero ella lo disfrutaba, exigía más y más de aquel hombre que parecía entregarse a una diosa. La mujer comenzó a chillar y gritar tan fuerte que unos fuertes golpes en la puerta los interrumpieron.
Rieron, y Janeth logró controlarse un rato mientras que Ramiro retomaba el ritmo y volvía a poseerla con toda su fuerza.
Alirio regresó al cuarto.

—Creo que ya van a dejar la gritadera.
—Pero usted no deja que la gente sea feliz, déjelos, qué le importa.
—Bueno, tiene razón, no importa, mejor venga para acá y sigamos en lo que estábamos.

La mujer descansaba abrazada por el hombre, bañados ambos en sudor, se daban besos mientras él acariciaba su pelo y ella pasaba sus manos por su espalda como tratando de sanar las heridas que había causado hacía un rato. Hablaron por más de media hora, se imaginaron viviendo juntos, como una familia perfecta, en una casa grande mientras él jugaba con los hijos de otro que nunca los había apreciado.

Alirio había retomado su energía y ahora era él quien hacía gemir a la mujer de la panadería, ella fingía, no podía sentir más que las miserias y las sobras de un pobre tipo que sabía se acostaba con ella para poder solucionar sus deudas. A Marta no le interesaba el motivo, solo el resultado y sabía que de ella dependía poder tratar de sacar algo de aquel hombre.

Esta vez Janeth se aferraba al espaldar de la cama, el hombre la tenía cogida de las caderas mientras se balanceaba hacia delante y hacia atrás cada vez más fuerte con golpes secos y marcados por gemidos. Janeth masajeaba sus senos, comenzó a gritar suavemente y el hombre tratando de acallarla puso su mano en la boca de la mujer, ella empezó a succionar los dedos gruesos hasta que no aguantó más la excitación y tumbó su rostro sobre la almohada comenzando a gritar de nuevo, esta vez no habría forma de callarla.

Alirio dio dos golpes secos y extendidos mientras terminaba de eyacular sobre la espalda de la mujer. Sacudió su miembro que aún seguía goteando. Se bajó de la cama, tomó su pantalón, se vistió y se acomodó en sus zapatos, salió de la habitación, caminó unos cuantos metros hasta la puerta del lado.

—Hijueputas, ¿es que no van a dejar la gritería o qué? —Gritó Alirio mientras daba fuertes golpes con su mano cerrada.
Adentro los gritos seguían mientras afuera, Alirio se desesperaba cada vez más.
Siguió golpeando fuertemente, pero los gritos no cesaban, y el hombre se iba envenenando cada vez más por la ira.
Marta salió de la habitación y trató de convencer a Alirio para que regresara con ella, él no quiso hacer caso y esta vez empezó a patear la puerta.

Ramiro estaba apunto de terminar, sabía que a Janeth le faltaba poco. Los golpes en la puerta le excitaban más, sabía que tenía poder, giró el rostro hacia la mesa de noche donde había dejado su arma de dotación, un revólver calibre 45 que cargaba así no estuviera de servicio.
De pronto un fuerte golpe en la puerta llamó su atención, un hombre gordo entraba, su rostro le era familiar pero no lograba recordarlo exactamente.

—Esta es mucha perra— Gritó Alirio mientras corría hacia la pareja tendida en la cama.

Janeth detuvo sus movimientos, lanzó un último grito, apartó al hombre que se tendía sobre su espalda, miró al sujeto que venía hacia ella con el rostro completamente rojo y sus pantalones colgando debajo de su barriga. Giró rápidamente hacia su derecha tomando el revolver en sus manos, lo levantó y descargó completamente el revólver en el hombre.

—Hijueputa, le dije, era la ultima vez que me jodía la vida, malparido.


jueves, 5 de junio de 2008

Un pequeño abrebocas.

Como habrán notado quienes han leído las notas del blog, hace un buen tiempo vengo hablando de un cuento en el cual iba trabajando; pues bien mis queridos compañeros, colegas, amigos y similares, el texto ya está terminado y quería compartirlo con ustedes. Sin embargo, no quiero quitar la magia de un texto nuevo a la gente de RENATA, ya que este sábado voy a presentarles “El Taxista”, en un suculento banquillo -o banquete para su espíritu crítico- que será ofrecido por mi persona y mi personaje.
Sin más palabras he aquí el inicio del texto, que presentaré completo luego de las correspondientes correcciones que surjan del sábado.

Abrazos.

El taxista

Frank Jiménez Guerrero


—Pues dejémoslo en cinco Polas por esa vuelta —Dijo él señalando el rostro en los billetes.

—¿Cincuenta? Tiene huevo —Argumentó el tipo mientras le daba la espalda al hombre de uniforme.

—Bueno, entonces me regala el pase, su cédula, el soat y unos daticos que le voy a regalar una cartica. Contestó Ramírez mientras se le iba desvaneciendo una sonrisa en su rostro, sabía que con eso se cuadraba justo para salir en la noche con Janeth; una mujer atormentada que no sabía cómo deshacerse de su marido, un perdedor que le daba duro en la jeta cada que llegaba borracho y oliendo a perfume de puta. Janeth pensaba que si él lo hacía ella también podía, era difícil, nunca había sido infiel, su único novio había sido su marido, pero lo único que le había dejado su eterna relación eran dos hijos, una casa que se sostenía por milagro, deudas en cada tienda del barrio y unas cuantas contusiones. Pero Ramiro la había impactado, galante, en su uniforme verde, como sus ojos que contrastaban con su tono de piel morena, por tanto sol recibido gracias al trabajo de oficina allí en el semáforo, de 7 a 9 y de 4 a 7, justo en horas pico.

—Este si es mucho hijueputa… —musitó Alirio entre dientes luego de revisar su bolsillo y ver que efectivamente eran los cincuenta mil pesos lo único que llevaba consigo. Había quedado de salir con su Catherine, la amiguita que hacía un par de semanas lo traía loco desde que empezó a vender tinto en la primero de mayo ahí frente a las tabernas. El dinero que tenía era lo que le acompañaba después de haberse quedado toda la noche tomando con Andrea, otra amiguita, quien al parecer se encontraba bastante necesitada de plata. La recogió en la noche, se la llevó al Restrepo, bailaron y tomaron aguardiente hasta que Alirio se dio cuenta que la tenía listica para la residencia, pagó el trago, cogió el taxi y la llevó a un par de cuadras del bar donde estaban, ya lo tenía todo perfectamente planeado; bueno, la verdad es que siempre hacía lo mismo y tenía los lugares plenamente marcados en su ruta.

Cuando despertó esa mañana, se dio cuenta que se había gastado doscientos mil pesos, la malparida pensó que andaba con un traqueto y de una vez empezó a pedir sauna y jacuzzi además de aguardiente, según ella porque así se le quitaba tanta pena con don Alirio, que iba a pensar que ella era una mujer fácil y ella no era así, sólo que él le gustaba mucho.

—Le doy veinte y eso que me deja sin nada para llevar a la casa…

—Considéreme, vea que estamos a final de quincena y ya no hay con qué darle ni para las onces a los chinos—interrumpió Ramírez haciendo mofa del discurso que ya se sabía de memoria—vea hermanito, a mi sus problemas no me importan, este es mi trabajo y hoy estoy de buena gente, no le estoy pidiendo es nada así que mas bien páseme la plata o los papeles, se la dejo así, fácil y sin problemas.

Alirio no podía darle toda la plata al oficial de tránsito que lo había detenido por no llevar el cinturón puesto, cosa que nunca hacen en horas pico porque están es buscando gente para joder por pico y placa o los buses que van repletos de gente para el trabajo.

Quedarse sin plata ni pasarle los papeles, eso no se podía, no sólo porque los papeles los había botado esa mañana en la residencia, ni porque se quedara sin un peso para invitar a salir a Catherine, sino porque además tenía que entregar el carro con el tanque lleno a Gilberto, el otro conductor del taxi, quien trabajaba el próximo turno. Ya lo habían hecho antes, Gilberto le prestaba para llenar el tanque y no había problemas, pero esta vez era distinto, Alirio le debía las últimas dos tanqueadas y sabía que si se aparecía con el tanque vacío, su compañero iba a hablar muy seriamente con don Fernando para que mejor le diera la oportunidad a otro que de verdad fuera responsable con el carro.

Fue entonces cuando Alirio se acordó de Martica, la de la panadería, vieja gorda y mofletuda, pero siempre un desvare. Sabía que con prometerle una buena sacudida le iba a prestar los cincuenta.

—Vea señor agente, a mi no me gustan sino las cartas de mi esposa y yo lo veo como con sed, entonces tome —dijo Alirio mientras sacaba la plata del bolsillo y la entregaba dobladita dobladita para que nadie más se diera cuenta— para que vaya y se tome una gaseosita.

—Así esta mejor ¿si ve cómo hablando se solucionan las cosas? Que tenga buen día y por favor, abróchese el cinturón, vea que eso le puede salvar la vida.

Alirio se metió como pudo dentro del carro, los resortes de la silla vieja crujieron mientras él trataba de acomodar toda su ostentosa humanidad dentro del vehículo. Sacó el cinturón de su lado izquierdo, lo estiró hasta que se le acabó la correa y se dio cuenta que no le alcanzaba a cerrar, su panza prominente fruto de la “buena vida” se lo impedía. Puso en marcha el vehículo y salió pensando cómo recuperar la plata sin tener que pasar por el cuerpo seboso de Marta.

Anduvo así por cerca de una hora. Mientras pensaba cómo recuperar el dinero cruzó tres semáforos en rojo, cerró a cinco carros más, dos motos y estuvo a punto subirse a un andén que había olvidado por estar pendiente de dos mujeres que esperaban el bus en un paradero.

No encontró otra salida y antes de ir a entregar el taxi paró en la panadería con la excusa de comprar lo del desayuno, recordó que aún le quedaban cinco mil pesos de la última carrera que había hecho antes de que lo parara el policía.

Bajó del taxi y recorrió los estantes con la mirada, como sí allí pudiera encontrar lo que estaba buscando.

—Don Alirio ¿y ese milagrazo? Yo pensé que ya se había olvidado de los pobres.

—No doña Martica, ¿cómo se le ocurre que me voy a olvidar de ese par de luceros que tiene de ojitos?, lo que pasa es que ahora estoy trabajando el carro por las noches y usted entenderá que uno llega muy cansado de tanto trajín y lo único que quiere es encontrar una cama y hecharse a dormir.

—Me imagino… y bueno, ¿como para qué soy buena?

—Sumercé linda para muchas cosas —dijo Alirio mientras metía el dedo en uno de los roscones que se exhibían sobre el mostrador.

—Ay! Véalo tan coqueto

—Martica, regáleme mil de pan, cinco huevos y una bolsita de leche.

—Le cuento que el pan está a doscientos… la harina subió y pues no me tocó más que subirle también al pan, porque ya no se pueden hacer más pequeños.

—Uy, no me diga eso que ahí si me espanta.

—Ah pero ¿sabe qué Alirio? Por ser usted, hoy se lo dejo a cien, para que siga viniendo por acá que usted sabe que se le atiende bien.

—Así me gusta doña Marta. ¿Y qué mas, cómo me la trata la vida?

—Pues ahí vamos, sobreviviendo. —Contestó Marta mientras iba empacando los panes en una bolsa de plástico. Su escote profundo, dejaba ver un par de senos viejos y gastados por los años, las arrugas que se marcaban en el medio de ellos, revelaban sus largos años de andanzas, dos matrimonios, tres hijos y toda una vida de esfuerzo por mantenerse allí, viva.

—¿Y cuando nos vamos a tomar alguito?

—Pues no más es que usted diga y salimos un ratico, claro que ultimamente ando sin un peso y encima me tocó pasarle lo de la tanqueada del carro a un hijueputa tombo para que no me pusiera un parte.

—Ay tan bobo Alirio, si usted sabe que eso no es problema.

—¿Cómo que no Martica? Si usted sabe que cualquier salidita es un montón de plata, porque eso sí, a mi me gusta ir a buenos sitios. —respondió Alirio conociendo muy bien de antemano la respuesta de doña Marta.

—Ah pero eso no es problema, yo lo invito.

—No señora, a mi me da mucha pena con usted, que tal, dirá que soy un aprovechado y eso a mi no me gusta.

—Bueno, entonces yo le presto y salimos esta noche, pero que sea esta noche.

— ¿Uy... esta noche? Eso está como jodido porque me toca trabajar duro para levantar los cincuenta de la tanqueada.

—Ay y déle con el cuento de la plata, vea ahí está, págueme el pan y yo le presto los cincuenta mil pesos esos que le hacen falta.

—No no no, ahí si es que me da mucha más pena.

—Ay, déjese de pendejadas Alirio, yo se los doy y usted me los paga cuando pueda. —Mientras decía esto, doña Marta buscaba entre sus pechos el monedero de cuero descolorido y manchado que guardaba celosamente con los billetes, extendió tres de ellos y los metió en el bolsillo de la camisa de Alirio, quien fingiendo no querer el dinero, se echó lentamente hacia atrás, dejando ver que no quería el dinero pero moviéndose lo suficientemente lento para que los billetes apestando a perfume barato y harina de trigo entraran en el bolsillo.

—Ay no Martica, usted cómo es conmigo, estas penas que me hace pasar, en serio que si no fuera porque de verdad necesito la plata no se la aceptaba, pero ya ve que la necesidad tiene cara de perro.



Continuará...