lunes, 27 de octubre de 2008

MISA DE GALLO

Basado en un cuento original de Joaquim Machado de Assis, adaptado por Frank Jiménez Guerrero


Para Santiago.


Hacía poco había llegado de mi pueblo, recién terminaba mis estudios en la escuela y aquella familia, se había ofrecido a hospedarme mientras me ubicaba en la ciudad antes de iniciar los estudios en la universidad. Ellos conformaban una familia un poco más que reducida apenas para llamarse así; el señor Molano, dueño de la casa, tenía una mujer con la que se había casado luego de enviudar.
La nueva señora Molano era una mujer jóven en comparación a su marido, quien casi podría ser su abuelo, acostumbrada a vivir muy cómodamente con aquel hombre gracias a los lujos que su puesto como escribano le brindaban.

Decidí que era mejor pasar la noche despierto y no tratar de levantarme antes de la hora acordada para ir a despertar a mi vecino, y luego asistir a la ceremonia que tanto me llamaba la atención; más por sus asistentes y la elegancia que debía tener que por otras razones. Así que a eso de las nueve treinta según me pareció, ya que allí el único reloj que había era uno hecho en madera gruesa y oscura, con un péndulo largo y números plateados, que colgaba de la pared central en la sala de la casa. Salí de mi habitación hacia donde se encontraba la péndula para dedicarme a leer y así mismo estar despierto y pendiente de la hora. Cuando llegué al sitio me sorprendió sobre todo la inmensidad que aparentaba en medio de la noche, sin el normal ajetreo de las personas que acostumbraban a visitar al señor escribano.

Me senté pues en el sillón que se ubicaba exactamente frente al reloj, que cadencialmente marcaba los segundos con su ondulación constante. Tomé mi libro, La Violación de Lucrecia y me dediqué a perderme en las páginas de aventuras entre Lucio Tarquino y su indecisión por poseer a Lucrecia. Fascinado con la obsesión de Tarquino por aquella mujer, me dejé consumir profundamente entre sus pensamientos.
El señor Molano era como Tarquino, tenía gran poder y lo había conseguido luchando por él, así mismo había conseguido varias mujeres de las cuales podía sentirse bastante orgulloso, sin embargo, lo que más me llamaba la atención de aquel sujeto era la costumbre que tenía de frecuentar al menos una vez a la semana un serrallo, en donde era bastante conocido y sobre todo querido por quienes allí trabajaban. Su mujer sabía de ello, pero su personalidad pasiva y siempre sometida la había hecho acostumbrarse a las desiciones que el hombre tomara, entre ellas, la de tener cierta aventura casual de media noche con una que otra mujer.
Remedios era una mujer que no parecía estar acorde entre su apariencia y su personalidad, ella era una mujer de gran estatura, espalda amplia y piernas delgadas, su rostro era adornado en cada extremo por unos ojos negros, de apariencia profunda e intimidante, como el sendero de un bosque a media noche iluminado únicamente por la luna pálida como su piel y llena de secretos como su alma. Sus caderas pronunciadas resaltaban su busto firme y elegante que formaban una silueta descarada, la cual ella trataba de ocultar con sus ropas negras y llenas de encaje, como si estuviera constantemente en luto por la mujer que precedía su posición en el hogar. Su cabello negro siempre recogido, contrastaba con su tez blanca y de apariencia fría.
El señor Molano, quien era bastante corto en estatura, parecía un muñeco de porcelana que había sido comprado para adornar el jardín principal de la casa, y sin embargo él había logrado conquistarla y hacerla suya a lo largo de cinco años.

Sin darme cuenta, mis pensamientos se fueron diluyendo lentamente entre las páginas de mi libro, hasta que al tratar de ver la hora entre el fulgor de la luz que una vela me proporcionaba, percibí su presencia, de pie junto a una pared mirándome fijamente.

—¿Discúlpeme joven, lo asusté?
—De ninguna manera mi señora, sólo me sorprendió ya que no esperaba verla aquí— dije mientras entrecerraba el libro —, ¿qué hace usted levantada a esta hora, espera la misa de gallo?
—De ninguna manera, al contrario de lo que usted piensa, se me hace bastante aburrida y tediosa la ceremonia.
—Pero de qué forma, si es algo que se me antoja podría ser de lo más llamativo para una mujer de su clase.
—Es allí donde se me hace más molesto asistir a tales eventos, siendo yo la nueva mujer del escribano, la mayoría de personas tienden a acercarse a mi por el simple hecho de encontrarme casada con aquel hombre.
—Supongo pues, que debe ser molesto el tener que atender a tantas personas con ciertos intereses ocultos.
—Ciertamente, ¿y qué lo entretiene tanto en medio la noche?
—La violación de Lucrecia
—Fascinante, me encanta Shakespeare, y sobre todo la forma en la que allí precisamente deja ver todo la sensualidad de una mujer y la imposibilidad de un hombre por obtenerla pese a su posición social.
—Por lo que veo es una mujer seducida por la literatura.
—No tanto como quisiera. A pesar de las criadas y toda las comodidades que mi marido me ofrece, es difícil poder dedicar un buen rato a la lectura de aquellos que en verdad me seducen.

La mujer se sentó en un sofá que se encontraba junto al sillón en el que yo estaba y siguió observándome, sin decir una sola palabra. Así que yo continué mi lectura sin embargo perturbado por la presencia de su figura. Al mismo tiempo que iba pasando por las páginas del libro, mi miraba se desviaba de cuando en vez para apreciar su esbelta figura; ella sabía que la observaba y después de un rato, se levantó y se ubicó justo enfrente de mi.
—¿Siempre ha sido así de concentrado en sus lecturas?
—¿Por qué lo dice? — musité yo nervioso mientras la mujer se acercaba un poco más a mi puesto.
—Pues porque es increíble que al ver una mujer como yo, sea capaz de ignorarla y continuar absorto en su libro.
—Discúlpeme si la molesto con mi silencio, pero es más una cuestión de respeto hacia la mujer del señor que me hospeda.
—No tiene usted que disculparse, es normal que a su edad no comprenda ciertas circunstancias que lo rodean.
—Siento ofenderla, pero de veras que no puedo encontrar un tema que pueda ser tratado por un joven que recién llega a este sitio.
—No me refiero a eso, pero mejor cuénteme de usted, ¿tiene alguna amante?

Sonrojado por lo directo de la pregunta, agaché mi rostro como tratando de ocultarme en el libro, que sin darme cuenta había dejado a un lado del sillón. Luego dirigí mi mirada hacia la suya y un súbito estruendo recorrió todo mi cuerpo al ver sus ojos clavados en mi, como si pretendiera adentrarse en lo más profundo de mi alma. Mi mirada, temblorosa y esquiva fue subiendo lentamente desde el libro que ya no podía escudarme, buscando algún punto en el que pudiese huir, no pude evitar fijarme en su busto que ahora se presentaba casi desnudo entre el camisón blanco el cual utilizaba aquella mujer como pijama. Distinto a sus prendas cotidianas, el camisón dejaba entre ver su pecho pálido y oculto entre las sombras de aquella prenda, me sonrojé de nuevo al notar que su mano tocaba mi mentón y sutilmente iba obligando a que mis ojos se posaran en los suyos.

—No se sienta usted intimidado por mi, tan solo pretendo que me cuente algo que entretenga esta noche.
—Bueno, la verdad es que las mujeres no han sido mi mayor pretensión y por ende, nunca he logrado una relación lo suficientemente profunda con ninguna de ellas.
—Así que les teme
—No exactamente
—Entonces no tiene problemas al enfrentarse a una
—De ninguna forma, siempre he creído que son una belleza exótica, cada una de ellas encierra un secreto valioso que sólo los hombres más tenaces son capaces de descubrir.
—¿Se considera usted un hombre tenaz?
—¿Tenaz?
—Si, capaz de enfrentarse a circunstancias poco comunes.
—En verdad sí lo soy
—Entonces no tendría temor alguno en enfrentarse a una mujer como yo, quien se ofrece para que la descubra como tal.

Sumamente sorprendido por las palabras que Remedios pronunciaba y las consecuencias que estas me traerían, decidí levantarme de mi silla. En ese mismo instante me encontraba casi que en la misma premura de Tarquino, sólo que aquí no debía decidir si mancillar el honor de una doncella, más el de un hombre que había decidido recibirme en su hogar.
La mujer con su elegancia siempre presente había comenzado a acariciar mi cabello y como si fuera a decirme un secreto, me lo ponía detrás de la oreja, acercando cada vez más su rostro al mío, entreabriendo de a poco sus labios y mirándome fijamente a los ojos. Su camisón se encontraba ya en el suelo y su desnudez frente a mi seduciéndome, incitándome a cometer aquél sacrilegio que yo tanto anhelaba. Finalmente sentí sus labios seduciendo los míos. Mis manos temblaban y entre la penumbra percibí sus senos firmes de pezones ya erectos, rozando mi pecho en ese instante descubierto por las hábiles maniobras de aquella mujer al desvestirme.
Un golpeteo constante en la puerta me sacó del transe en el que me encontraba, asomado en una ventana observé al señor Molano y mi vecino quienes habían venido por mi para luego dirigirnos a la ceremonia.