jueves, 5 de junio de 2008

Un pequeño abrebocas.

Como habrán notado quienes han leído las notas del blog, hace un buen tiempo vengo hablando de un cuento en el cual iba trabajando; pues bien mis queridos compañeros, colegas, amigos y similares, el texto ya está terminado y quería compartirlo con ustedes. Sin embargo, no quiero quitar la magia de un texto nuevo a la gente de RENATA, ya que este sábado voy a presentarles “El Taxista”, en un suculento banquillo -o banquete para su espíritu crítico- que será ofrecido por mi persona y mi personaje.
Sin más palabras he aquí el inicio del texto, que presentaré completo luego de las correspondientes correcciones que surjan del sábado.

Abrazos.

El taxista

Frank Jiménez Guerrero


—Pues dejémoslo en cinco Polas por esa vuelta —Dijo él señalando el rostro en los billetes.

—¿Cincuenta? Tiene huevo —Argumentó el tipo mientras le daba la espalda al hombre de uniforme.

—Bueno, entonces me regala el pase, su cédula, el soat y unos daticos que le voy a regalar una cartica. Contestó Ramírez mientras se le iba desvaneciendo una sonrisa en su rostro, sabía que con eso se cuadraba justo para salir en la noche con Janeth; una mujer atormentada que no sabía cómo deshacerse de su marido, un perdedor que le daba duro en la jeta cada que llegaba borracho y oliendo a perfume de puta. Janeth pensaba que si él lo hacía ella también podía, era difícil, nunca había sido infiel, su único novio había sido su marido, pero lo único que le había dejado su eterna relación eran dos hijos, una casa que se sostenía por milagro, deudas en cada tienda del barrio y unas cuantas contusiones. Pero Ramiro la había impactado, galante, en su uniforme verde, como sus ojos que contrastaban con su tono de piel morena, por tanto sol recibido gracias al trabajo de oficina allí en el semáforo, de 7 a 9 y de 4 a 7, justo en horas pico.

—Este si es mucho hijueputa… —musitó Alirio entre dientes luego de revisar su bolsillo y ver que efectivamente eran los cincuenta mil pesos lo único que llevaba consigo. Había quedado de salir con su Catherine, la amiguita que hacía un par de semanas lo traía loco desde que empezó a vender tinto en la primero de mayo ahí frente a las tabernas. El dinero que tenía era lo que le acompañaba después de haberse quedado toda la noche tomando con Andrea, otra amiguita, quien al parecer se encontraba bastante necesitada de plata. La recogió en la noche, se la llevó al Restrepo, bailaron y tomaron aguardiente hasta que Alirio se dio cuenta que la tenía listica para la residencia, pagó el trago, cogió el taxi y la llevó a un par de cuadras del bar donde estaban, ya lo tenía todo perfectamente planeado; bueno, la verdad es que siempre hacía lo mismo y tenía los lugares plenamente marcados en su ruta.

Cuando despertó esa mañana, se dio cuenta que se había gastado doscientos mil pesos, la malparida pensó que andaba con un traqueto y de una vez empezó a pedir sauna y jacuzzi además de aguardiente, según ella porque así se le quitaba tanta pena con don Alirio, que iba a pensar que ella era una mujer fácil y ella no era así, sólo que él le gustaba mucho.

—Le doy veinte y eso que me deja sin nada para llevar a la casa…

—Considéreme, vea que estamos a final de quincena y ya no hay con qué darle ni para las onces a los chinos—interrumpió Ramírez haciendo mofa del discurso que ya se sabía de memoria—vea hermanito, a mi sus problemas no me importan, este es mi trabajo y hoy estoy de buena gente, no le estoy pidiendo es nada así que mas bien páseme la plata o los papeles, se la dejo así, fácil y sin problemas.

Alirio no podía darle toda la plata al oficial de tránsito que lo había detenido por no llevar el cinturón puesto, cosa que nunca hacen en horas pico porque están es buscando gente para joder por pico y placa o los buses que van repletos de gente para el trabajo.

Quedarse sin plata ni pasarle los papeles, eso no se podía, no sólo porque los papeles los había botado esa mañana en la residencia, ni porque se quedara sin un peso para invitar a salir a Catherine, sino porque además tenía que entregar el carro con el tanque lleno a Gilberto, el otro conductor del taxi, quien trabajaba el próximo turno. Ya lo habían hecho antes, Gilberto le prestaba para llenar el tanque y no había problemas, pero esta vez era distinto, Alirio le debía las últimas dos tanqueadas y sabía que si se aparecía con el tanque vacío, su compañero iba a hablar muy seriamente con don Fernando para que mejor le diera la oportunidad a otro que de verdad fuera responsable con el carro.

Fue entonces cuando Alirio se acordó de Martica, la de la panadería, vieja gorda y mofletuda, pero siempre un desvare. Sabía que con prometerle una buena sacudida le iba a prestar los cincuenta.

—Vea señor agente, a mi no me gustan sino las cartas de mi esposa y yo lo veo como con sed, entonces tome —dijo Alirio mientras sacaba la plata del bolsillo y la entregaba dobladita dobladita para que nadie más se diera cuenta— para que vaya y se tome una gaseosita.

—Así esta mejor ¿si ve cómo hablando se solucionan las cosas? Que tenga buen día y por favor, abróchese el cinturón, vea que eso le puede salvar la vida.

Alirio se metió como pudo dentro del carro, los resortes de la silla vieja crujieron mientras él trataba de acomodar toda su ostentosa humanidad dentro del vehículo. Sacó el cinturón de su lado izquierdo, lo estiró hasta que se le acabó la correa y se dio cuenta que no le alcanzaba a cerrar, su panza prominente fruto de la “buena vida” se lo impedía. Puso en marcha el vehículo y salió pensando cómo recuperar la plata sin tener que pasar por el cuerpo seboso de Marta.

Anduvo así por cerca de una hora. Mientras pensaba cómo recuperar el dinero cruzó tres semáforos en rojo, cerró a cinco carros más, dos motos y estuvo a punto subirse a un andén que había olvidado por estar pendiente de dos mujeres que esperaban el bus en un paradero.

No encontró otra salida y antes de ir a entregar el taxi paró en la panadería con la excusa de comprar lo del desayuno, recordó que aún le quedaban cinco mil pesos de la última carrera que había hecho antes de que lo parara el policía.

Bajó del taxi y recorrió los estantes con la mirada, como sí allí pudiera encontrar lo que estaba buscando.

—Don Alirio ¿y ese milagrazo? Yo pensé que ya se había olvidado de los pobres.

—No doña Martica, ¿cómo se le ocurre que me voy a olvidar de ese par de luceros que tiene de ojitos?, lo que pasa es que ahora estoy trabajando el carro por las noches y usted entenderá que uno llega muy cansado de tanto trajín y lo único que quiere es encontrar una cama y hecharse a dormir.

—Me imagino… y bueno, ¿como para qué soy buena?

—Sumercé linda para muchas cosas —dijo Alirio mientras metía el dedo en uno de los roscones que se exhibían sobre el mostrador.

—Ay! Véalo tan coqueto

—Martica, regáleme mil de pan, cinco huevos y una bolsita de leche.

—Le cuento que el pan está a doscientos… la harina subió y pues no me tocó más que subirle también al pan, porque ya no se pueden hacer más pequeños.

—Uy, no me diga eso que ahí si me espanta.

—Ah pero ¿sabe qué Alirio? Por ser usted, hoy se lo dejo a cien, para que siga viniendo por acá que usted sabe que se le atiende bien.

—Así me gusta doña Marta. ¿Y qué mas, cómo me la trata la vida?

—Pues ahí vamos, sobreviviendo. —Contestó Marta mientras iba empacando los panes en una bolsa de plástico. Su escote profundo, dejaba ver un par de senos viejos y gastados por los años, las arrugas que se marcaban en el medio de ellos, revelaban sus largos años de andanzas, dos matrimonios, tres hijos y toda una vida de esfuerzo por mantenerse allí, viva.

—¿Y cuando nos vamos a tomar alguito?

—Pues no más es que usted diga y salimos un ratico, claro que ultimamente ando sin un peso y encima me tocó pasarle lo de la tanqueada del carro a un hijueputa tombo para que no me pusiera un parte.

—Ay tan bobo Alirio, si usted sabe que eso no es problema.

—¿Cómo que no Martica? Si usted sabe que cualquier salidita es un montón de plata, porque eso sí, a mi me gusta ir a buenos sitios. —respondió Alirio conociendo muy bien de antemano la respuesta de doña Marta.

—Ah pero eso no es problema, yo lo invito.

—No señora, a mi me da mucha pena con usted, que tal, dirá que soy un aprovechado y eso a mi no me gusta.

—Bueno, entonces yo le presto y salimos esta noche, pero que sea esta noche.

— ¿Uy... esta noche? Eso está como jodido porque me toca trabajar duro para levantar los cincuenta de la tanqueada.

—Ay y déle con el cuento de la plata, vea ahí está, págueme el pan y yo le presto los cincuenta mil pesos esos que le hacen falta.

—No no no, ahí si es que me da mucha más pena.

—Ay, déjese de pendejadas Alirio, yo se los doy y usted me los paga cuando pueda. —Mientras decía esto, doña Marta buscaba entre sus pechos el monedero de cuero descolorido y manchado que guardaba celosamente con los billetes, extendió tres de ellos y los metió en el bolsillo de la camisa de Alirio, quien fingiendo no querer el dinero, se echó lentamente hacia atrás, dejando ver que no quería el dinero pero moviéndose lo suficientemente lento para que los billetes apestando a perfume barato y harina de trigo entraran en el bolsillo.

—Ay no Martica, usted cómo es conmigo, estas penas que me hace pasar, en serio que si no fuera porque de verdad necesito la plata no se la aceptaba, pero ya ve que la necesidad tiene cara de perro.



Continuará...


4 comentarios:

DIANA ANDREA dijo...

NO TE FUE MAL EN EL BANQUILLO...ESO INDICA QUE LA HISTORIA TIENE PALITO....

javier mateus dijo...

FRANKISTURRIS.. SUS CUENTOS SON MUY CHIMBAS, ESPERO QUE TERMINE ESTE PRONTO PARA VER EN QUE TERMINA EStA "PICAREZCA" HISTORIA QUE CREO NOS HA PASADO VARIAS VECES......

Sacerdotizaletrange dijo...

Tiene futuro... espero poder ver pronto la siguiente parte

zunideligth dijo...

oye muy buen comienzo ...